Te miro tanto y no estás, no apareces.
No vienes a mi puerta
No vienes a mi puerta
ni llamas a mis ojos
No te encuentro en los bares,
en la arena ni bajo las
piedras de la calle.
No es tu sombra reflejada en
el asfalto mojado, como
lomos de atún.
No son tus manos suaves como
las uvas: es la lluvia, fina y
gris, constante, engañosa, resbalando por mis dedos.
Te fui a buscar una mañana.
Pero habías salido hace años.
Las huellas impresas en el barro por tus botas el día que te marchaste.