Ojalá hagamos de la felicidad una cosa profunda. Ojalá no la confundamos con la estupidez jamás, jamás.


(Angélica Lidell)


jueves, 2 de abril de 2009

Estación de servicio.

La noche que íbamos a Murcia, paramos en una estación de servicio que tenía una enorme explanada, donde aparcamos. Había muchos trailers. Y algunos coches. Al otro lado de la autopista, por un paso a nivel se llegaba a un restaurante. Y como la parada era de media hora, casi todo el mundo se fue para allá. Hubo un momento en que estaba yo solo, junto al bus, en la explanada. Un coche estaba vacio y encendido a unos cincuenta metros de mí. Un par de golpes se oyeron desde dentro de la gasolinera y salieron un par de tipos con una bolsa, andando deprisa, y cogieron el coche y salieron disparados de ahí. A mi lado había un coche con alguien dentro, dormido, y algo más allá, una tienda de campaña de la que salían ronquidos. Parecía que nadie se había dado cuenta de nada. Solo yo. Y me callé. Y no dije nada. Me terminé de fumar la hierba y subí al bus a seguir durmiendo. Ya no me desperté hasta que llegamos a Murcia. Hacía tiempo que no podía dormir diez horas.
Siempre me ha caido bien cierto tipo de gente. Que tengan mucha salud los que viven aparte.

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